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Que se amen los unos a los otros como yo les he amado

#promovemoslaEspiritualidad #carmelitasdescalzos


Fray Robin Calle ocd

Delegado de Ecuador, Iglesia Santa Teresita, Quito



Los amantes jamás se encontrarán porque moran eternamente el uno en el otro.

Rumi


El amor da para mucho; es la razón fundamental por la que nos urge adentrarnos en el evangelio de Cristo, para desde allí interpretar el amor como el modo de ser de Dios, o, dicho de mejor manera, el atributo divino por excelencia; no obstante, aunque sea pronto a esta altura del escrito, conviene afirmar desde ya que el Dios revelado en su Hijo Jesús ama donándose a sí mismo.

 

Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos (Jn 15,13)

 

Estamos ante una expresión bíblica que no necesita mayores glosas, es decir, clara y luminosa en sí misma: Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos (Jn 15,13). De esta expresión podemos inferir que el verbo “dar” se encuentra íntimamente relacionado con el sustantivo amor; de tal manera que, si el hombre no “da”, retrocede y se empobrece en su capacidad cualitativa de amar. Amar es sinónimo de dar, y dar es la expresión más nítida y contundente del amor. Mejora la comprensión de la idea, traer a colación su contraste, a saber, guardar. Si el amor es grande cuando se entrega; es, entonces, pobre y nulo cuando se retiene en el corazón, en la inconsciencia respecto al otro, cuando el individuo permanece cerrado y cercado dentro de su “concha egoica”, en sus afanes ególatras y, por tanto, mezquinos. Jesús, que es la mostración y demostración visible de Dios invisible, entiende el amor en grado sumo cuando la vida se parte con los demás: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito (Jn 3,16)

 

 

Dios ama entregando su propia vida hasta las últimas consecuencias; por lo tanto, el amor del cual nos habla Jesús no es un amor insípido, desencarnado, abstracto e idílico, sin mordiente histórica, o irresponsable con los hombres y mujeres que peregrinan en el mundo. Si el amor de Jesús no se reduce a un loable y volátil sentimiento, es, por ende, amor profundamente encarnado, es decir, vida que se entrega íntimamente a lo amado. El amor que brota del ser de Jesús y que quiere ser una invitación para que nosotros todos, que habitamos en el espacio y en el tiempo, lo prolonguemos, no tiene visos de egoísmo, no propicia el culto al ego o a la propia personalidad. Dar la vida es la única manera, al decir de Jesús, de plenificarla, de conseguirla, de subir hasta las cotas más altas de humanidad. 


Si Alguien quiere ganar la vida, la perderá; pero si la pierde, la encontrará (Cf. Lc 9,22-25), dice de modo espléndido el Logos eterno del Padre Dios. Nos encontramos ante una contundente paradoja bíblica, a saber: mientras más el hombre se busque a sí mismo, más grande su perdición; pero mientras más salga de sí mismo, de su ego falso e idolátrico y se vincule con el otro, pletórico de humanidad se hallará.

 

De lo dicho hasta el momento, podemos hacer una clara afirmación: Dios ama agápicamente, oblativamente; sale de sí, y crea lo que existe; y no solamente crea, sino que también recrea la realidad deformada por el egoísmo inhumano.

 

Ya no los llamo siervos, sino amigos (Jn 15,15)


Amar a Dios, amar al prójimo, y amarse a sí mismo de manera integral constituyen la ética del amor cristiano anunciada y vivida por Jesús. El asunto que ocupó la vida del Maestro no es otro sino el amor a su Padre, y en su Padre Dios el amor a todos los hombres y mujeres de la humanidad, aunque con una especial predilección: los pobres, dolientes, marginados y sufridos que peregrinan en el mundo. Jesús apareció en la historia para sembrar la semilla del amor; para invitar al hombre y a la mujer a que se sumen en aquella empresa que le ocupó la totalidad de la vida; y no solo le ocupó, sino que le costó la vida, por el profundo deseo de dar vida a los hombres, a través de la suya propia.

 

Quien permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él, es la suprema noticia que sigue adornando los distintos pliegues de la historia; pero esta afirmación es también una invitación a estar dentro del Amor, a sumergirnos en el Amor, y a hacer de nuestra existencia, prolongación, extensión, transparencia del Dios-Amor.

 

Amar a un ser equivale a decirle: tú nunca morirás. (Gabriel Marcel)

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