Ivan Hidalgo
Durante la historia son varios los intentos por describir la Navidad. Lo han hecho desde la escultura, el relato, la música [i] y otras artes y la más reiterada, vivencial y perecedera es la pintura[ii]. Al mismo tiempo es a través de este arte, que se ha logrado, de mejor manera, trasmitir el verdadero mensaje simbólico que irradia la Navidad, sus personajes y su real significado para la cristiandad. Una visión reiterada es que, en cada caso, son los humildes, los desposeídos, los pobres y carentes de bienes materiales en nuestros campos y marginados que pueblan las periferias de nuestras ciudades, quienes han logrado plasmar la versión más apegada a la realidad, y al propósito tras del cual Dios a través de su hijo quiso venir a vivir con nosotros en procura de nuestra salvación.
La pregunta siempre fue la misma, cómo nuestros campesinos y pobres de nuestras ciudades vivían desde dentro la Navidad, convencido que a ellos les sobraban los elementos de humildad que es cómo todos los seres humanos, hombres y mujeres deberíamos esperar el nacimiento de Jesús. La sola inocencia como criaturas de Dios hace de estas personas sean más felices, no vivan preocupados y pendiente del reconocimiento, de fama, de adulación, son más libres, no vive atados al qué dirán ni afanados por cuidar su falso yo, ese yo que nos esforzamos por mostrar a los demás. Por ello, el humilde es más auténtico, decía santa Teresa: "Humildad es andar en verdad; soberbia es andar en mentira[iii]
Durante años, he estado en vísperas de Navidad en alguna ruralidad o en circunstancias similares. Siempre recuerdo nuestros campos como una escena local que invitaba durante horas a ser contemplada, sabiendo que, dentro de su sencillez visual, hay algo divino y hermoso en ella que siempre captaba mi atención. Es la imagen de Natividad: la ternura que emana y la sencillez de esta escena y de quienes habitan en ella. El ambiente rebosa de una pobreza y sencillez que es ciertamente enternecedora: los campos, las chozas, los animales, los niños pastores el frio de los páramos que luego se convertirán en morada para esperar la noche, en manojos de paja para elaborar una cuna o pesebre o en compañía de pequeños animales que están, junto a los padres de la criatura, a la expectativa del nacimiento de un niño.
Imaginar el rostro de amor y cuidado de la madre campesina que espera atareada la venida de su primogénito, con la luminosidad y amor que encontramos en el rostro de María nos enternece. Su expresión cansada pero segura de quien se esfuerza todo el día, denota aún en su preocupación, alegría y esperanza que su hijo llegó bien. Un niño escondido a propósito, entre los brazos de su madre, intercediendo por su bienestar, no hay un manto propio para el niño, que no sea la misma fachalina de su mamá, el pesebre de ese niño campesino son los brazos de su madre, hay que hacer un esfuerzo grande para desprender a ella del niño, pues son uno solo; complementan el nacimiento, los niños pastores de ovejas de los páramos, parte de sus rebaños y abriendo y cerrando la puerta de la choza su orgulloso pero inmutable padre que ha recibido el regalo más maravilloso. No falta la comunidad que, congregada, va acercándose de tanto en tanto.
En la choza hay pocas pertenencias, apenas unas canastas con granos, algo de ropa aparejos de labranza, ollas sueltas y emanando calor, una brasa que no deja de humear. La precariedad de su situación nos revela la grandeza de lo que está sucediendo y nos descubre la belleza de la sencillez, que supone la ausencia de todo aquello innecesario e intrascendente.
Más abajo, en el pueblo hay noche buena. Los mayores con los niños alcanzarán juntos la iglesia, aprovechando la luz del día, el párroco brindará la eucaristía en el idioma materno de tierras altas, felizmente es el idioma de María, recordando que su presencia también está ahí, y que esa noche de ella ha nacido un niño en la comunidad. Acompaña armoniosamente en nuestra “casa común”, un veranillo, el de siempre, el de todos los años, veranillo del Niño, lapso que la naturaleza encuentra para pacificar las lluvias con sol, nuestras almas, nuestras familias, lapso para trabajar para reordenar nuestro día a día, aporcar y limpiar los corrales y recoger el abono para darle continuidad a la siembra. Armonía que Dios siempre pensó para nosotros y la naturaleza.
Es así que se logra hacer realidad el mensaje de pobreza y sencillez. Es precisamente por esta humildad que podemos sentirnos identificados y cercanos a estos personajes, que puede despertar en nosotros la ternura de encontrar una pobreza similar a la de nuestro corazón y, al mismo tiempo, un amor tan grande que echa abajo la idea de sentirse poca cosa.
“El alma se reposa en la ternura de Dios niño al observar esta imagen de la sencillez encarnada. Ante la presencia de lo pequeño y lo pobre se despierta la ternura de querer salvaguardarlo y preservarlo. Su fragilidad y sencillez desarman de cualquier escudo y nos acerca al misterio de que lo más pequeños a nuestros ojos es lo más grande en el corazón”.[iv]
Evidentemente hay un contraste muy significativo en la manera que todos nosotros, recordamos la Navidad. En un marco de derroche, de presentes, intercambios de regalos y festejos mundanos, que profundizan las inequidades y desigualdades que precisamente Dios nos invita a evitar. Desigualdades que se hacen más evidentes en nuestros campos y periferias, pues esas luces tenues del campo se van convirtiendo, poco a poco, en una excesiva cantidad de luces, luces innecesarias que la ciudad y el mercado han logrado trasmitir, y que no se relacionan con la luz de la Natividad. La Navidad y su celebración debería ser el motivo para evidenciar nuestra capacidad de amar, de entender al que menos tiene, de dar algo de nosotros, de compartir, en definitiva de tener misericordia a quién más necesita y precisa de nuestra ayuda.
El desafío entonces, para nosotros, es encontrar el verdadero significado espiritual de la navidad, cómo vivirlo como creyente y cómo trasmitir ese sentido hacia la familia, los más cercanos y la comunidad. “Navidad es celebrar lo inédito de Dios, o mejor, es celebrar a un Dios inédito” que cambia lógicas y expectativas. De este modo, la Navidad es acoger las sorpresas del Cielo” [v] [ii] “La natividad” (1597), Federico Fiori Barocci. [iii] Revista espiritualidad. “La humildad es andar en verdad”. Maximiliano Herraiz. www.revista espiritualidad.com [iv] La ternura de la sencillez. Democresía. Revista de actualidad y pensamiento. Elisa de la Torre. [v] Audiencia General del Papa Francisco, del miércoles 19 de diciembre de 2018 en el Aula Pablo VI del Vaticano, dedicada a la Navidad.
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