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P. Benjamín Guayanay , OCD
El Adviento ha de ser un camino de preparación y búsqueda: Dios quiere ser buscado siempre de nuevo. Él se deja buscar para dejarse encontrar. Pero para ello necesitamos deponer “nuestras coronas” a sus pies, es decir, nuestro ego, nuestras heridas, nuestros conceptos y juicios.
Entrar en el espíritu del nacimiento de Dios
De nuevo ha llegado el momento del año en que celebramos la Navidad. Pero ¿qué celebramos realmente?, y ¿cómo? a la vista de un consumismo en constante aumento y al que nadie se puede sustraer. El misterio de la encarnación divina, es nuestra preocupación central, es decir, que Dios se hizo hombre, que el Centro y mitad, la palabra eterna, como dicen las Sagradas Escrituras y la Tradición de la Iglesia, se hizo uno de nosotros. Dios que ha descendido de su altura es la experiencia vital de nuestra fe.
A decir de un teólogo y contemplativo de la encarnación de Dios, Karl Ranher:
“La Navidad es algo más que un poco de espíritu pacífico y consolador. En este día, en esta noche sagrada, se trata del niño Dios. Se trata del Hijo de Dios que se hizo hombre, de su nacimiento. Todo lo demás en esta fiesta vive de ello, pues de lo contrario muere y se convierte en algo ilusorio. La Navidad significa que Él ha venido, que Él ha iluminado la noche” (Karl Rahner, El significado de la Navidad).
La Navidad es una fiesta de amor y de alegría, una incesante búsqueda por dejarnos guiar “hasta el pesebre donde se encuentra el Niño que trae la paz a la tierra”. Por tanto, no será solamente un ingenuo sentimiento sin más, sino ante todo de un abrir los ojos frente a los valores fundamentales de la vida: el amor, la justicia, la verdad, la alegría y la paz. Todo ser humano anhelamos eso para nuestra vida. El problema surge cuando la persona está desorientada y no sabe realmente lo que significa eso, o cuando se deja cegar por su egoísmo. El misterio de la Navidad nos recuerda, en primer lugar, lo que merece la pena, lo que da sentido a nuestra vida a la existencia del hombre. Para nosotros este suceso con capacidad universal tiene un rostro que se deja ver en el Niño Dios.
También el misterio de la Navidad nos revela el modo sencillo de obrar de Dios: todo entorno a Jesús acontece casi en el más estricto de los silencios y de la simplicidad. Sí, Dios se hace presente, pero no quiere coartar a nadie con su “potencia”. Él viene a pedir simplemente el obsequio del hombre libre que quiera amarlo, que quiera acoger en su corazón el Reino de Dios. Resulta iluminadora esta afirmación de Edith: “Todos los que pertenecían al Señor llevaban de un modo invisible el Reino de Dios dentro de sí. La carga terrestre no les fue quitada, incluso se les añadió algo más, pero lo que en sí encerraba era una fuerza alentadora que hacía el “yugo suave y la carga ligera”. Lo mismo ocurre hoy en día con todo hijo de Dios. La vida divina que se enciende en el alma es la luz que surge en las tinieblas, el milagro de la Nochebuena. El que la lleva consigo comprende lo que se dice de ella. Para los otros, sin embargo, todo lo que se dice de ella es un balbuceo ininteligible.
A lo largo de la historia del cristianismo han surgido un sinnúmero de reflexiones y preguntas sobre la persona de Jesucristo. Una pregunta de vital importancia que surge del Evangelio y que continúa resonando en nuestros corazones hoy es: “Y ustedes ¿Quién dicen que soy yo?” (Mt 16, 13-19). Esta pregunta nos da pie para decir que, en el cristianismo no solo hay arqueología de Israel, reliquias muertas, ya que, desde el momento en que nació Jesús, no ha dejado de haber reliquias vivientes, es decir, hombres y mujeres que, de distintas culturas y geografías en libertad creyeron en Jesucristo y en caso límite dieron la vida por Él.
ALGUNAS PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL
-¿Qué significa la Navidad para ti?
-¿Cómo prepararnos para vivir la Navidad en el espíritu de Jesús?
-¿Cómo hacer presente el espíritu de la Navidad en toda nuestra vida?
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